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Las becas y la enseñanza superior

 | Expansión
Federico Durán López

Acabamos de asistir a una polémica, acerca del rendimiento académico que debería exigirse para conseguir o mantener ayudas al estudio, verdaderamente lamentable. Y en cuyo trasfondo podemos descubrir las raíces de la decadencia de la enseñanza universitaria española.

 

En síntesis, podemos decir que lo sectores progresistas, identificados con la izquierda política, junto a algunos exponentes despistados de la derecha conservadora que no parecen haberse enterado del declive definitivo del falangismo con conciencia social (al estilo Solís, para no molestar a nadie en activo), han manifestado su oposición a cualquier endurecimiento de las exigencias académicas para el disfrute de las becas.

Parafraseando al feminismo enragé, cuando sostiene que la igualdad entre sexos no se garantiza cuando las mujeres inteligentes, preparadas y cultas tengan la vía expedita para acceder a los puestos de responsabilidad, sino que exige que las mujeres ignorantes, poco preparadas y poco dotadas intelectualmente accedan a dichos puestos de responsabilidad en la misma proporción que los hombres que adolezcan de los mismos defectos, se afirma ahora que la igualdad exige (para lo que deben dotarse los fondos públicos pertinentes) que los estudiantes poco dotados intelectualmente y de pocos recursos económicos tengan las mismas posibilidades de mantenerse en los estudios universitarios que los estudiantes poco dotados de talentos académicos pero sobrados de recursos económicos.

Esto no es sino el colofón de lamentables políticas educativas de décadas. La historia reciente de la Universidad española (no solo de la Universidad, de la enseñanza en general, quizás con más gravedad aún en otros niveles educativos), junto a ejemplares historias de esfuerzo y de excelencia, es la de la laminación, ¡en nombre del progreso!, de la idea de excelencia académica e intelectual, de la cultura del esfuerzo y de la dedicación, entronizando una pretendida igualdad por abajo que no puede ser sino la igualdad en la mediocridad.

Lo sufrí en mis carnes, tiempo ha, cuando un Rector particularmente progre y vinculado al mundo estudiantil me montó un aquelarre, con amenaza de expediente disciplinario incluida, porque hacía exámenes orales y el nivel de exigencia para aprobar la asignatura resultaba demasiado elevado. En pleno forcejeo, el responsable político de la enseñanza en la Comunidad Autónoma, colega y amigo, me espetó, delante de otras personas: ¡pero no te metas en problemas, apruébalos a todos! Me prometí y le prometí que, ya puestos, a partir de ese momento, daría notable general. Afortunadamente los avatares profesionales me llevaron por otros derroteros y evité verme en la tesitura de cumplir mi promesa.

Pero las concesiones al mundo estudiantil (en parte derivadas del absurdo sistema de gobierno de la institución universitaria y de la participación estudiantil en el mismo), en términos de permisividad creciente y de disminución continua de las exigencias, nos ha llevado, obviamente junto a otros factores, no siendo el menor el de la calamitosa selección del profesorado, a nuestra clamorosa ausencia en las clasificaciones de excelencia universitaria. Que no es incompatible, repito, con historias concretas de éxito y de excelencia. Y que no responde a ningún atraso que tengamos inexorablemente que soportar. Habría que reflexionar acerca del por qué tenemos escuelas de negocios entre las más prestigiosas del mundo, mientras que ninguna Universidad accede a puestos dignos en el escalafón de universidades.

El debate de las becas está mal planteado. La cuestión no es que haya que facilitar, con fondos públicos, no lo olvidemos, que estudiantes de escaso aprovechamiento académico puedan continuar sus estudios, para igualarlos con aquellos otros con el mismo escaso aprovechamiento pero con mayores recursos económicos, sino si el sistema universitario no debería ser mucho más riguroso y expulsar de su seno a los estudiantes de escaso aprovechamiento académico, sean cuales sean sus recursos económicos. No se trata de becar al estudiante mediocre, para que pueda seguir siendo un estudiante mediocre (y después, un desempleado o subempleado), sino de evitar que el estudiante mediocre siga en el sistema universitario, sean cuales fueren sus recursos económicos. Las Universidades deben ser instituciones elitistas, deben aspirar a la excelencia y no al pasar justito, lo que exige probablemente menos Universidades y muchos menos universitarios. Solo el esfuerzo, aplicado claro es sobre las necesarias cualidades intelectuales, debe procurar recompensa y solo a través del esfuerzo se debe poder obtener la recompensa.