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Isidoro Álvarez. La vertiente social del éxito económico.

 | Cinco Días
Federico Durán López

La muerte de Isidoro Álvarez está provocando, como era de esperar, un aluvión de comentarios tanto sobre su persona como sobre la empresa que presidía. Si los primeros resaltan los valores ejemplares que caracterizaron su vida, siendo no menores entre ellos la bonhomía y la discreción, los segundos subrayan la historia de éxito económico que ha supuesto El Corte Inglés.

 

Isidoro supo, a base de talento, de trabajo y de ilusión, mantener y engrandecer, forjando también equipos de primera línea, la herencia recibida de otro grande, Ramón Areces. Y, a pesar de la dificultad para reemplazar una figura como la suya, estoy seguro de que los equipos dirigentes de la empresa, y en particular quienes le sustituyan en las labores ejecutivas, sabrán preservar el enorme patrimonio recibido y engrandecerlo de nuevo.

No pocos son los desafíos que se presentan para ello. Doblado el cabo de la crisis económica y de la drástica caída del consumo, y puesta de manifiesto la capacidad de supervivencia de la institución, habrá que afrontar, con imaginación y con decisión, las nubes que se adensan en el horizonte. El cambio en las pautas del consumo, el surgimiento de nuevas realidades económicas y sociales, el propio desarrollo tecnológico acelerado, imponen, incluso en modelos de éxito, cambios y adaptaciones. Se ha insistido mucho en la asignatura pendiente de la internacionalización. Los primeros pasos se han dado, y otros están en marcha, con la prudencia característica de la casa, y las condiciones en que se desarrolla el mundo globalizado serán de ayuda importante. Si hasta hace unas décadas, las situaciones económicas y sociales eran muy diferenciadas en el espacio pero relativamente estables en el tiempo, hoy han pasado a ser cada vez más homogéneas en el espacio (el acercamiento, sobre todo de las pautas de consumo de las poblaciones es impresionante), pero cambiantes continuamente, y cada vez con mayor rapidez, en el tiempo. Ello facilita la transnacionalización de las empresas a la vez que la reclama.

Pero la historia de éxito de El Corte Inglés, desde el punto de vista económico y comercial, está ya en gran parte escrita. Quiero ahora resaltar la vertiente social de este éxito, en la que se repara menos y a la que se otorga, en mi opinión, menor importancia de la que merece. Y no me refiero solo ni principalmente a la ejemplar labor de mecenazgo de la Fundación Areces. Me refiero, sobre todo, a la contribución al empleo y al empleo de calidad. Casi cien mil empleados en España constituyen, sin duda alguna, una clara expresión de la apuesta por la creación y mantenimiento del empleo. La crisis ha dejado sentir sus efectos en todos los sectores y en todas las empresas. Y en particular la han sufrido aquellas dependientes de grandes volúmenes de consumo. Pero esa crisis, en el caso de El Corte Inglés, se ha transitado, y he sido testigo de ello en mis actuaciones profesionales, tratando de afectar en la menor medida posible al volumen de empleo y a las condiciones laborales. El esfuerzo de flexibilidad y de adaptación interna, compartido por el personal y por sus representaciones sindicales mayoritarias, ha permitido, en efecto, mantener muchos puestos de trabajo que en otras circunstancias hubieran debido ser suprimidos. La empresa siempre ha considerado que el ajuste ante las circunstancias no debía correr exclusivamente a cargo del personal y que el mantenimiento del empleo era un bien superior a preservar.

Pero resaltar el compromiso con el empleo no da idea cabal de las virtudes sociales de la empresa. Ha sido un empleo ampliamente feminizado. Hoy día se repara menos en estas cuestiones, pero durante décadas el empleo femenino en El Corte Inglés ofreció una vía de inserción laboral muy importante para las mujeres. Y las políticas de igualdad instauradas en la empresa han perseguido y siguen persiguiendo la plena equiparación del empleo femenino y del masculino, tratando de facilitar la promoción y la carrera profesional de las empleadas.

Estas virtudes sociales no han sido siempre suficientemente reconocidas. En muchas ocasiones la incomprensión sindical (la de los sindicatos que podemos denominar institucionales, porque lo del sindicalismo de clase es ya una broma de mal gusto) y la administrativa han tratado de poner palos en las ruedas. No se trata de que la creación de empleo se convierta en salvoconducto para todo. Pero sí de que el esfuerzo en crear y mantener empleo de calidad tenga el reconocimiento y el respeto que se merece.