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El rescate de Europa

 | ABC
Antonio Garrigues Walker

Es difícil, muy difícil, saber con un mínimo de seguridad qué es lo que está pasando, qué es lo que puede pasar, y qué es lo que hay o no hay que hacer. En verdad nadie conoce ni las respuestas válidas ni las respuestas concretas.

 

Este es uno de los problemas básicos de una época en la que solo sobreviven con facilidad irritante los ignorantes profundos cuya fuerza reside en ignorar lo mucho que ignoran y los sectarios y los fanáticos porque cualesquiera que sean las realidades y los hechos que contradicen su posición se aferran, por más que arda, al clavo de sus intereses y sentimientos ideológicos. Para todos los demás –un buen número de seres humanos aunque decreciente- esta es una época intelectualmente frustrante y agotadora aunque atractiva y fascinante por su riquísima complejidad y por las implicaciones potenciales de cambios serios y significativos, aún indescifrables.

Empecemos por resumir la situación actual.

En el mundo rico estamos viviendo muchos y variados problemas, entre los que destacan dos: el primero es el problema de una Europa cada vez más confusa y desorientada, que tiene que soportar resignadamente un liderazgo benéfico y prepotente alemán en el que confluyen planteamientos y estrategias coherentes y racionales con oportunismos y enfrentamientos institucionales y políticos internos de todo género y una ciudadanía mal informada que ya no entiende, o no quiere entender, las ventajas de pertenecer a Europa y que se siente cada vez más distante de ella y menos concernida por sus problemas. Al mismo tiempo, el eje franco alemán –que ha sido y es la clave decisiva del buen funcionamiento europeo- tiene graves diferencias en cuanto a la estrategia económica a seguir y en cuanto a políticas de carácter social y ello les obliga a manifestarse con ambigüedades y matices diferenciales que acaban generando inevitablemente incertidumbres y confusiones de impacto sumamente negativo. A ello se añade el que varios países –Holanda y Finlandia, pero surgirán otros- se están cuestionando abiertamente su permanencia en la Unión y se oponen mientras tanto a ser flexibles con los países con dificultades. La situación de España y de Italia –con unos problemas muy similares, que Italia, con un gobierno tecnócrata y un líder capaz, sabe manejar políticamente mejor- es otro factor que genera grave inquietud porque son dos países “demasiado grandes para caer” que podrían poner en peligro toda la arquitectura europea actual, incluyendo sin duda la moneda única. España aporta finalmente la grave cuestión de un estamento político, ya sin credibilidad alguna, que ha decidido desconocer por completo el concepto de interés colectivo y encubre malamente sus vergüenzas en oportunismos e inmediatismos irresponsables que hacen imposibles las reformas necesarias. Tanto los partidos nacionales como los nacionalistas han entrado en una dinámica verdaderamente diabólica.

El segundo gran problema del mundo rico radica en el enfrentamiento ideológico y político entre Europa y los Estados Unidos, un enfrentamiento peligroso para el mundo en su conjunto y especialmente para Europa, dada la superioridad incuestionable del mundo financiero, tecnológico y económico americano, un mundo que ya ha olvidado su responsabilidad absoluta –y hasta ahora impune- en el origen de esta profunda crisis y que goza responsabilizando al pobre comportamiento europeo de sus propios males. En los Estados Unidos todos los comentaristas significativos (Krugman, Friedman, Stiglitz, son los más conocidos pero hay muchos más), todos los políticos ya sean republicanos o demócratas, todos los empresarios, -últimamente y de manera brutal, George Soros- dan por seguro que la política que está siguiendo Europa y en especial en los países del sur, es una política demencial que nos llevará al colapso económico y al conflicto social permanente porque ha renunciado sin justificación alguna, a generar estímulos y sistemas que favorezcan el crecimiento. Subir impuestos, bajar salarios, cerrar a cal y canto el acceso al crédito y mantener a ultranza rigideces laborales y burocráticas, no les parece la fórmula ideal para superar la situación. Esta política de austeridad a palo seco y sin contemplaciones es para ellos una forma de auténtico sadismo económico. La contienda electoral americana va a magnificar este debate hasta límites que pueden llegar a resultar cómicos. Estemos preparados a todo género de sorpresas porque las contradicciones americanas pueden llegar a superar las nuestras.

Aceptemos, en todo caso, algo muy esencial. La cumbre hispano-alemana y las decisiones del Banco Central Europeo, que son menos confusas pero tan duras como las anteriores, han mejorado en algo la situación. Y es incluso posible que siga mejorando. Pero esa no es sin duda la solución total ni la solución auténtica. En poco tiempo Alemania y otros países volverán a dar un nuevo frenazo. Ahí está el problema. Los “mercados” que verdaderamente deciden los movimientos de capital, siguen poniendo el énfasis en la creciente incapacidad europea para poner en marcha medidas serias, estables y eficaces que conduzcan con urgencia a procesos de integración fiscal, financiera y política. Aunque no pueda ni deba hablarse de una conspiración contra el euro, la verdad es que no hay día en los medios de comunicación anglosajones en los que no se cuestione, directa o indirectamente, las posibilidades de supervivencia de una moneda que nació, según piensan, sin una base realista ni una estrategia clara. De la debilidad del dólar y la libra ni una sola palabra.

Seamos realistas. Alemania y también Francia pueden desde luego ayudarnos, pero esa ayuda por generosa que sea, no nos va a sacar del atolladero. Serán los “mercados” –y los “mercados” no son en absoluto europeos sino, en su cien por cien, anglosajones- los que acabarán decidiendo nuestro futuro. Entra dentro de lo posible que en algún momento del proceso esos “mercados” recuerden el mensaje bíblico de que “lo que nos amenaza también está en peligro” y reaccionen por puro interés y pragmatismo, propiciando un pacto atlántico que asegure la pervivencia del euro y con ello la fortaleza y el dominio global de sus propias monedas. Pero ese momento no parece que esté muy cercano aunque poco a poco la idea de un pacto entre Europa y los Estados Unidos se está imponiendo como la única solución realista.

Partiendo de esta situación parece llegado el momento de que Europa empiece a dar pasos firmes hacia delante renunciando por completo al ejercicio estéril y absurdo del catastrofismo entre otras cosas porque estamos no mucho pero sí un poco mejor de lo que pensamos. Se puede no saber en concreto ni lo que hay que hacer, ni lo que no hay que hacer, y aún menos lo que va a pasar finalmente. Ese es, como se ha dicho al principio, el signo de la época. Pero hay que dar por cierto que existen unos valores constantes y unas cuestiones básicas imperecederas que resultan imposibles ignorar.

Todos los períodos de crecimiento económico han concluido en crisis más o menos intensas que siempre han sido superadas. La humanidad no ha aprendido todavía –y es muy dudoso que lo haga en el futuro- a diseñar e implantar sistemas que aseguren un crecimiento sostenible y permanente pero aunque sea con lentitud y a veces con excesiva resistencia acaba corrigiendo los errores más esenciales que conducen a las crisis. Y los errores empiezan a ser evidentes.

Europa no puede aceptar vivir el día a día como lo está haciendo. Acabaremos pasando del “stress” a la locura. Tiene que reaccionar con grandeza y con personalidad. Sabemos sin duda lo que hay que hacer. El verdadero problema no es el rescate de España o de Italia. El problema esencial, el único problema, es rescatar a Europa de un intenso proceso de decadencia que llegará a ser irreversible. Dejemos de hablar burocráticamente de “más Europa”. ¡Hagamos de una puñetera vez Europa! Y si eso es imposible busquemos nuevos caminos. Lo demás –dicho sea con el debido respeto- son pamplinas.