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Adolfo Suárez

 | Expansión
Antonio Garrigues Walker

La transición española fue una de las operaciones políticas más brillantes de todos los tiempos. Sigue y seguirá siendo un ejemplo de cómo el consenso ciudadano es capaz de lograr muchos “imposibles”.

 

Adolfo Suárez fue un hombre generoso, un hombre valiente, que supo darse cuenta de las dificultades que tenía el proceso de transición y concentró su esfuerzo en aunar posiciones, más que en ningún otro objetivo.

Ya se han reconocido en muchas formas, tanto en España como fuera de España, sus méritos y sus logros, pero va a merecer la pena profundizar en la tarea que llevó a cabo aunque sólo sea para convencernos de que no hay dificultades insuperables.

He tenido el privilegio de conocerle y de tratarle en distintas circunstancias, entre ellas a través de mi hermano Joaquín, con el que Adolfo se portó siempre con generosidad y con amistad. Le visitó varias veces durante su enfermedad y siempre tuvieron una relación fluida y positiva aun cuando mi hermano le insistía de vez en cuando en que lo que quería era ocupar su silla. Viví también su enorme tristeza con la muerte de su mujer y de su hija. Tenía una calidad humana muy especial. Sabía ganarse a la gente. Era empático y gozaba siéndolo.

Hablé con él de cosas muy diversas en el orden político y en el ideológico. Apoyé la candidatura del CDS para incorporarse a la Internacional Liberal y la suya personal para presidirla.

Si hubiera que resumir en pocas palabras su aportación bastaría decir que él entendió como nadie que la democracia es el único sistema que nos permite convivir en desacuerdo a través del diálogo. Como olvidemos eso habremos olvidado todo.